Foto: J.de la Gracia

 

La hija de las magnolias

 

 Elvia Chadid

Icázaro Parnesio Balseiro y Dorothea Erraide de Balseiro viajaban en un jet de su propiedad, acompañados por su único hijo Santiago y Lorraine Travejo, su prometida, la parentela de ambos y el juez Espineiro, íntimo amigo de las dos familias, invitado especial para la celebración de la boda.

El jet volaba rumbo a Palma Blanca, hacienda ganadera y agrícola, con una extensión de 115.950 acres. Cinco horas más tarde, se divisaban desde la lejanía las luces del aeropuerto, situado al norte de la hacienda. Una ayudante de vuelo tomó el micrófono para indicar el uso de los cinturones de seguridad. El avión estaba próximo a aterrizar.

La fatalidad los tomó por sorpresa. En ese preciso momento, al piloto lo fulminó un infarto masivo. El copiloto aturdido al ver al capitán desplomado, reaccionó tarde. El avión, sin control, empezó a descender dando vueltas, tropezó con alambres de alta tensión, quedó convertido en una bola de fuego. Santiago y Lorraine ocupaban los asientos del lado de la salida de emergencia. El impacto al caer lanzó a la pareja a más de cuarenta metros. Segundos después, se escuchó un estallido ensordecedor. Los ciento veinte ocupantes  perecieron incinerados.

Santiago y Lorraine fueron traslados a la Clínica Gardanesia, con fracturas varias y quemaduras múltiples de segundo y tercer grado. Los rostros, cuellos y manos no fueron tocados por el fuego.

Las malas noticias vuelan como el viento. Antes de internar a la pareja, camarógrafos y reporteros ocupaban la recepción, el puesto de enfermeras y los pasillos del centro asistencial. El cuerpo médico, alarmado por el bullicio, amenazó  con sacarlos por la fuerza. Camarógrafos y reporteros salieron de prisa. No se dieron por vencidos: se apostaron en los jardines y cafetería, con el propósito de interrogar a médicos y enfermeras. El director informó que después de una semana estaría en condiciones de comunicarles con la condición de que la información debía ser entregada en el lugar y hora en que él les indicara.

Los periodistas se enteraron por las personas que relataron la versión exacta de los hechos. El director de la clínica les pidió que al comunicar la noticia no exageraran. Además, advirtió que no daría  información sino en ocho días.

Una semana más tarde, dos reporteros y un periodista, con el propósito de ser los primeros de divulgar la primicia, se apostaron desde las horas de la madrugada en la entrada de la clínica. Trataron de comprar al portero con una fuerte suma. Él se negó. Pese a su pobreza, prefirió obedecer las órdenes del director: no quería perder el empleo, tenía una familia numerosa que sostener.

Una semana más tarde, el doctor Humbertino salió a dictar una conferencia en la Universidad Loveriana. El auto a duras penas recorrió cinco metros, camarógrafos y reporteros lo rodearon para exigir información sobre la recuperación de la pareja. El doctor Humbertino prometió comunicarles día a día sobre la evolución de estos, con la condición de que sólo fuera un periodista por cada medio.

Transcurrieron seis eternos meses.  Santiago y Lorraine, fueron sometidos a varias intervenciones y dolorosas terapias. Recuperados del todo les dieron de alta. Santiago, con el fin de no ser importunado por la prensa y la televisión, pidió al director una ambulancia que los trasladará hasta las afueras de la ciudad, en el sitio donde los esperaba un helicóptero.

 

Santiago estudió Administración de Empresas y Economía. A pesar de cursar tres años de medicina, le tocó truncar el sueño de su vida; por fuerza debía dedicarse exclusivamente al manejo de la hacienda. Ocho meses después del siniestro, propuso a Loraine contraer nupcias.

    ¾Santiago, no deseo escuchar esas palabras. Mi amor por ti es más fuerte que todo, no tenemos a nadie, la ausencia de nuestros seres queridos es un lazo que nos une cada vez más… Te necesito Santiago, mi deseo es que seamos uno en cuerpo y alma, pero sin boda de por medio. Al recordar el nefasto suceso que arrasó con nuestras familias, siento escalofrío. Te amo más que a mi propia vida, soy capaz de morir por ti, sin embargo, no quiero casarme. Vivamos en unión libre y  disfrutemos de una eterna luna de miel.

A Santiago le pareció absurda la idea. Pese a ello, prefirió callar. Luego de un pequeño lapso habló:

    ¾Amor, me hubiese gustado una boda tal como la tenían preparada nuestros padres. Se hará como deseas, pero quiero que nos vistamos de novios. El anciano Aminadab, fue compañero inseparable de mi abuelo Icázaro desde la infancia, nos servirá de juez para la celebración de una boda simbólica. Después, con los colaboradores y sus familias, celebramos una gran fiesta.

    ¾Gracias Santiago. Puedes empezar los preparativos. Sé que deseas viajar después de la ceremonia. No creo necesario abandonar la hacienda. Mi deseo es vivir en este paraíso nuestra eterna luna de miel, hasta que la muerte nos sorprenda y continuar juntos en el más allá.

    ¾Lorraine amor mío, ¿por qué lanzaste esa expresión? ¿Acaso tienes mal presentimiento? Si es así deséchalo. Deseo que vivamos muchos años, para disfrutar nuestra felicidad.

    ¾Santiago, no es un mal presentimiento, lo dije sin pensar. Sin embargo, si meditamos un poco, nos daremos cuenta que no hay felicidad completa. Recuerda la repentina desaparición de nuestros seres queridos.

    ¾Lorraine, debo ir a la ciudad por unos documentos, regreso a cenar, por favor, desechemos la desaparición repentina de nuestras familias.

La residencia principal constaba de doce confortables suites. Para alojar a los visitantes, construyeron una especie de hotel cinco estrellas, treinta  metros del lado izquierdo de la mansión se alzaba, majestuoso un milenario, sauce llorón alimentado por una fuentecilla subterránea. El árbol fue sembrado catorce generaciones antes de nacer Santiago. Medía ciento veinte metros de altura por setenta de grosor, con una cavidad desde el suelo de tres metros de largo por tres de ancho y dos de fondo. Desde el fatídico suceso del avión, la suite de los padres de Santiago permanecía cerrada. Lorraine no se percató que Santiago ordenó arreglarla. Deshojar rosas rojas, para hacer una alfombra desde la puerta hasta cubrir el lecho nupcial.

Dos días más tarde, se veía gran movimiento. Enviaron desde la ciudad, en una enorme caja, el suntuoso vestido de novia. Lorraine despertó de la siesta. No salía del asombro al contemplar el salón principal donde se iba a efectuar la boda simbólica, adornado en su totalidad con jazmines. 

A las cinco, al paso de la marcha nupcial entró la novia del brazo de Pompilio, el más antiguo colaborador de la hacienda. La joven lucía como una reina; el novio esperaba al pie de la mesa, acompañado por Brígida, la mujer de Pompilio. Finalizada la boda, el brindis, seguido de un baile amenizado por una famosa orquesta. Los novios se retiraron discretamente. Santiago condujo a Lorraine en brazos hasta depositarla en el mullido lecho cubierto con pétalos de rosas.

Diez meses más tarde, Lorraine dio a luz su primer hijo. Lo llamaron Icázaro Parnesio, en memoria del padre de Santiago.

Santiago, joven emprendedor, logró acrecentar las riquezas heredadas de su antepasados. El anciano empezó con una pequeña parcela. De generación en generación, se hicieron acreedores a la hacienda Palma Blanca, mitad ganadera y mitad agrícola. La leche y sus derivados, y las embotelladoras de jugos de frutos naturales, tenían capacidad para surtir los abastos y supermercados del país.

Al cumplir un año Icázaro Parnesio, nació el segundo hijo. Lo llamaron José Serbano, en memoria del padre de Lorraine. Por último, nació la niña, la cual fue registrada con el nombre de María Lorraine. El tiempo transcurría raudo, la pareja vivía feliz. Cada día, su amor se fortalecía. Icázaro Parnesio cumplió cinco años, para celebrarlo, sus padres prepararon una bonita fiesta a la cual fueron invitados los colaboradores de la hacienda y sus familias.

La residencia de los Balseiro  Travejo se encontraba situada frente a la carretera, separada de ésta por dos kilómetros. El sauce llorón era el sitio preferido de María Lorraine. Su madre le arregló la casa de muñecas instalada en la cavidad del árbol. Para preservarla de la humedad, la cubrieron con pintura impermeable y adornaron con papel pintado de estrellas luminosas.

Santiago compraba los juguetes en las fábricas antes de que salieran al mercado. María Lorraine, por lo regular, pasaba la mayor parte del día dentro del árbol. Su juguete preferido: una muñeca de trapo que le obsequió Brígida, la mujer de Pompilio, la llamó "Rosita Linda". Jugaba con el resto de las muñecas, cuando las hijas de los colaboradores entraban al árbol para hacerle compañía.

Santiago y Lorraine arreglaron la terraza principal con globos azules, marcados con el nombre de Icázaro Parnesio, colgaron varias piñatas. Las sorpresas para los niños: pistas de carros; para las niñas, barbies con sus respectivos kents. Santiago ordenó suspender labores a la una. La fiesta para los niños se programó de cinco de la tarde a ocho de la noche; luego, continuaba la de los adultos.

La fiesta estaba en su apogeo, todos reían y bailaban, excepto la pequeña María Lorraine, que se encontraba con sus muñecas. La pequeña entró al sauce a darle el beso de buenas noches y arrullar a su muñeca de trapo. Cuando salía con intención de participar en la fiesta, divisó en la lejanía luces de automotores. Entró de nuevo sin hacer ruido, permaneció quieta. A medida que se acercaban, logró saber que las luces pertenecían a nueve camionetas de doble cabina. Al llegar, de cada una de ellas se bajaban ocho hombres armados, vestidos de rojo, con zapatos, pasamontañas, gorros y guantes del mismo tono. Santiago, Lorraine y los invitados no se percataron de la presencia de los asaltantes, hasta que uno de ellos gritó:

    ¾¡Silencio todos, la fiesta finalizó, ahora va a empezar otra! ¡Señores, mujeres y niños, formen filas de dos en fondo, encabezadas por los propietarios! No les está permitido articular palabra. Pese a estar seguro de que nuestra presencia le hizo perder la voz, no esta de más mi advertencia.

    ¾¡Muchachos, háganse a un lado de cada persona! ¾Ordenó el jefe.¾ Cuando empiece a disparar, ustedes continúan. Necesito ver caer a estos infelices como piezas de dominó.

Santiago, después del accidente de años atrás, no se amilanaba ante nada. Con la valentía que lo caracterizaba, gritó:

    ¾Tu voz no me es desconocida pese a distorsionarla. Continúa con las amenazas, y seguro te descubriré. Si eres tan valiente quítate el pasamontañas.

    ¾¡Bien Santiago, lo haré, pero cuando llegue el momento de entregarles el pasaporte para la eternidad!

Santiago reconoció la voz de aquel que creyó su mejor amigo.

    ¾¡Julián, eres un cobarde! ¾Gritó, iracundo, Santiago.¾ Si te consideras verdadero hombre mide tus armas con las mías. Empieza por dar la orden a tus matones a sueldo de no asesinar a los sentenciados como si fueran criminales y recibirán una paga cien veces mayor de la ofrecida por ti, para que no terminen con la vida de personas inocentes.

    ¾Olvídalo Santiago ¾respondió el asesino.¾ ¡Sin jugar perdiste, no sólo tu vida, sino las del resto de los que te rodean! ¡Jamás has debido confiar en mí: tus bienes raíces, los dineros depositados en entidades bancarias del país y del extranjero me pertenecen! ¡Tengo en mi poder, talonarios de cheques, letras y escrituras de tu propiedad, todo debidamente registrado! ¡Soy un gran falsificador! ¡Prepárate Santiago, mírame y llévate grabado a la eternidad, el rostro de tu peor enemigo! ¡Señores ¾gritó¾  cuando cuente hasta tres disparen al unísono!

Pese a la distancia que separaba el sauce llorón del sitio donde se iba a cometer el múltiple asesinato, María Lorraine escuchó nítidamente la acalorada discusión. El asesino era nada menos que Julián, el señor que visitaba asiduamente la hacienda y les obsequiaba juguetes y golosinas. La pequeña temblaba, pese a ello, logró permanecer dentro del árbol. Desde un orificio los vio caer uno a uno. De nuevo, observó la forma en que fueron colocados los cadáveres en cajas de aluminio en furgones y transportados campos arriba.

Julián conocía el sitio donde guardaban las llaves. Se dirigió a la bodega. Se encontraban almacenados los más finos y añejos licores de la tierra. Luego de reventar a tiros los globos, invitó a los matones a empezar la orgía. Bebían de una y otra botella, algunos, directamente de los toneles de vino.

Tres horas más tarde, reinó absoluto silencio. Los asesinos embriagados, roncaban como bestias. María Lorraine, salió del sauce, caminó campo arriba. Al despuntar la aurora, descansó al pie de un montículo. Pese a que el hambre, el sueño y la sed la agobiaban, hizo un esfuerzo para levantarse y continuar el camino. Atraída por una fuerza especial, dio la vuelta al montículo, observó que la tierra había sido removida e impulsada por la misma fuerza, empezó a escarbar hasta hacer un pequeño agujero de unos quince centímetros; sacó la tierra con las dos manos, alcanzó a mirar un material semibrillante, recordó los depósitos de aluminio donde fueron acomodados los cadáveres. María Lorraine contaba sólo con dos años y medio, pese a su corta edad, poseía una retentiva increíble. Observó detenidamente la laguna artificial, bordeada por árboles de acacias que reflejaban sus ramas florecidas en las tranquilas y transparentes aguas donde solía beber el ganado. María Lorraine comió pastó tierno, bebió agua, luego emprendió la huida siempre campo arriba.

Julián, tuvo un hijo. La noche siguiente de la masacre, se encontraba festejando la hazaña en compañía de su hermano Neusiel y los setenta matones. Marcelo Andrés, de pie frente a la puerta, iba a tocar para darle las buenas noches a su padre, quedó paralizado al escuchar las carcajadas parecidas a los que ríen cuando miran una serie de humor. Su padre remedaba los despavoridos rostros de sus víctimas y la osadía de Santiago al enfrentarlo, le causó más gracia las caras de carneros que llevan al matadero, de los infelices cuando dio la orden de disparar. El niño reaccionó: aterrado corrió a su alcoba, sacó los útiles escolares del morral,  los escondió, empacó una muda con sus respectivas sandalias. Julián le daba dinero a manos llenas. El pequeño no alcanzaba a gastarlo, sacó del escondite una buena cantidad y la guardó con la ropa. Al día siguiente, esperó el autobús escolar en compañía de su madre. Se despidió igual que todos los días y subió al vehículo, antes de llegar a la escuela, se escondió debajo del último asiento. Esperó que bajaran todos. Salió del escondite sin que nadie lo notara, se cambió el uniforme y corrió hasta la carretera. Detuvo el primer autobús que pasaba en ese momento. Al llegar a la estación, abordó otro con rumbo desconocido. En esa forma transcurrieron treinta días. A Marcelo Andrés se le terminó el dinero. Continuó la huida caminando. Tres noches después divisó una ciudad iluminada por faroles. Se internó en ella hasta encontrarse en un lujoso barrio; la reja de una fastuosa residencia se encontraba abierta. Subió los peldaños, llegó a la amplia terraza, rendido de cansancio se durmió al instante. Al amanecer, el jardinero iba a empezar labores y lo descubrió. Inmediatamente llamó a Damiana. La mujer conmovida por el mal estado en que se encontraba el pequeño lo trasladó a su lecho y envió por el médico de la familia. Se encontraba deshidratado y en primer grado de desnutrición. El doctor ordenó sobrealimentarlo, recomendó, además,  darle amor para sanarlo del miedo, el pequeño temblaba cuando escuchaba voces o se le acercaba alguien.

A José Gomeira y a Damiana les fue concedida la adopción del niño sin ningún trámite. Marcelo Andrés fue registrado en la Notaría del Círculo Veinte de la ciudad Arco Iris, con el nombre de José Damián.

Damiana y Dayanara, eran hermanas. A ninguna de las dos les fue posible concebir. La felicidad de Damiana era ilimitada, a cada instante repetía que ese niño se lo había enviado Dios. Dayanara se sentía feliz por el regalo de Dios a su hermana, razón por la que no perdía la esperanza de que el cielo le enviara a ella también un hijo.

Marcela Andreina, la mujer de Julián, esperó inútilmente la llegada de su hijo Marcelo Andrés. Transcurrieron los días, el niño no apareció. Julián envió a los setenta matones a buscarlo en la ciudad y por los alrededores. La búsqueda resulto infructuosa. Julián decidió avisar a las autoridades competentes y ofreció una millonada a quien diera con su paradero.

María Lorraine caminaba hasta el anochecer. Se sucedían los días, con el temor de ser sorprendida. Luego de largas  caminatas, descansaba debajo de los árboles, se alimentaba con los frutos que las aves desechaban. En las noches, se refugiaba en establos; al rayar el alba, mamaba del pezón de cualquier vaca parida, lo que le permitía recobrar fuerzas para proseguir la huida. Bebía de las charcas, comía pasto tierno, hurgaba en los establos los alimentos del ganado. Para la pequeña no eran impedimentos las fuertes lluvias y los ardientes rayos del sol para continuar la huída. El instinto de conservación era superior al hambre, el frío y la sed. Muchas veces se encontró con lobos, se hizo amiga de ellos; como si comprendieran la situación de la pequeña, la conducían en sus lomos hasta sus cavernas para refugiarla durante las noches y mientras velaban su sueño.

Ocho meses más tarde, María Lorraine logró salir a una carretera, continuó su camino hasta divisar las luces de una ciudad. Embelesada, contemplaba un enorme arco iris sobre el cielo de una noche estrellada. La niña se encontraba en Ciudad Arco Iris, a la cual llamaron así desde su fundación, porque el arco de innumerables colores permaneció día y noche sobre el cielo de esa ciudad. Atraída por las luces y el aroma de las flores, caminó unas cuadras hasta llegar a una residencia con un antejardín sembrado con magnolias en su totalidad. Los arbolitos alcanzaban poco menos de un metro, sembrados en fila de dos en fondo, guardando una distancia de cincuenta centímetros. Al pie de cada árbol, un bonsái.

Dayanara, propietaria de la residencia, contaba con treinta y cinco años. A los veinticinco, contrajo matrimonio con Oliverio Marbelín. La pareja soñaba con una bonita familia. A pesar de que a Dayanara le practicaron varias inseminaciones no le fue posible procrear. La pareja visitó a los mejores ginecólogos del planeta. El diagnóstico determinó la esterilidad en ambos. Oliverio se resignó. Dayanara no. Le faltó poco para enloquecer. El psiquiatra le recomendó ocupar el tiempo en algo que la distrajera. Calmó su ansiedad con el cultivo de las magnolias: el aroma de las flores le devolvió el deseo de vivir y olvidar su esterilidad. Para lograr que los árboles crecieran sólo la altura deseada, trajo del Japón al más famoso floricultor: Okinito Okinoto.

 

María Lorraine no tenía fuerza para dar un paso, el agotamiento era tal que a duras penas se sostenía en pie. Pese al frío, el hambre, y la fiebre sacó fuerza de flaqueza. Obedeciendo al instinto de conservación, logró escalar los travesaños de la alta reja de hierro, cayó desmayada con los brazos extendidos, tronchando en su caída ramas tiernas y flores, para su buena suerte, cayó sobre los bonsáis, que amortiguaron los golpes y le sirvieron de lecho, mientras sus ramas y flores de cobertor.

Al despuntar el alba, Dayanara salió al jardín posterior a saludar a sus magnolias. Le llamó la atención que la noche anterior, al despedirse se encontraban en perfecto estado, pero ahora algunas estaban tronchadas. Al acercarse vio a la niña, un grito de terror se escuchó en toda la residencia. Oliverio y los colaboradores corrieron. Dayanara temblaba de pies a cabeza, señalando el sitio donde yacía el cuerpo semidesnudo de una niña.

    ¾¡Está muerta, está muerta! ¾Exclamaba nerviosa.

Oliverio pidió una frazada, se dio cuenta que aún vivía. Sin perder tiempo, ordenó llamar una ambulancia, la trasladaron a la Clínica Arco Iris. Dayanara lloraba, mientras miraba hacia el cielo:

    ¾¡Gracias, Dios mío, por este regalo!

Oliverio la alzó con excesivo cuidado. La fiebre alta consumía a María Lorraine, afectada con bronconeumonía; los pies en carne viva. La desnutrición extrema aumentaba los riesgos. Los pediatras informaron a Oliverio que no le garantizaban la vida de la pequeña. Dayanara escuchó y les pidió por caridad que hicieran lo imposible por salvarla, ya que gracias a sus magnolias se encontraba con vida. En agradecimiento a sus plantas, desde ese momento la llamaría Magnolia. El doctor Lentonio Omara prometió hacer lo imposible. De inmediato, ordenó dextrosa, antibióticos y alimentación por sonda gástrica. Dayanara no se separó ni un segundo del lecho de la hija de las magnolias.

Tres meses más tarde, en la pequeña se había operado un cambio satisfactorio. Pese a ello, no abrió los ojos. Una semana después, se produjo el milagro. La niña reaccionó. A la primera persona que miró fue a Dayanara y preguntó:

    ¾¿Quién es usted?

Dayanara, la abrazó con ternura.

    ¾Mi niña, gracias a Dios estás recuperada.

    ¾¿Usted es mi mamá? ¿Me llamó Magnolia?

    ¾Sí mi amor, soy tu mamá. Te llamé Magnolia porque así se llaman mis flores preferidas, gracias a ellas estás de nuevo a mi lado. Hoy te darán de alta y nos iremos a casa.

A Oliverio y Dayanara les fue concedida la adopción, sin tramitología. La niña fue registrada como hija de Oliverio y Dayanara, con el nombre de Magnolia.  

Ocho meses después de la llegada de Marcelo Andrés, llamado ahora José Damián, llegó María Lorraine, ahora Magnolia, a alegrar el hogar de Oliverio y Dayanara.

Pese a la alta temperatura, a la bronconeumonía, a la anemia aguda y encontrarse caquéctica, Dayanara daba gracias al cielo por enviarle el regalo más ansiado de su vida. Gracias a sus cuidados y ternura, la niña se encontraba en óptimas condiciones de salud.

Ocho días después de la masacre, Julián, desesperado por no encontrar a su hijo, asesinó a su esposa y decidió radicarse en la Hacienda Palma Blanca. Continuó con los negocios de Santiago en menor escala. Sólo cincuenta y cinco mil novecientos cincuenta acres empleó en ellos; los sesenta mil restantes los utilizó para sembrar plantas alucinógenas.

Julián centuplicó en un año la fortuna. Contrató como colaboradores a los matones a sueldo. De procesar la droga se encargó su hermano Neusiel, químico experto en esa rama. Desarrolló y construyó infraestructuras para el procesamiento de las drogas. Los insumos eran transportados en aviones de carga de propiedad de los Balseiros; aterrizaban en un aeropuerto clandestino, situado frente a las estructuras subterráneas.

            Pese a que el surtido a los abastos y supermercados de la producción disminuyó en un ochenta por ciento, Julián no dio oportunidad a que le preguntaran: difundió la noticia de que Santiago vivía en el extranjero con los colaboradores de la hacienda y familias. Antes de partir, vendió la mayor parte de la hacienda.

José Damián sabía que Magnolia era María Lorraine. Su padre lo llevaba con frecuencia a la Hacienda Palma Blanca a jugar con los hijos de Santiago. Sin embargo, guardó celosamente el secreto. Con el transcurrir de los años olvidó por completo esos recuerdos de su niñez.

Julián, para ahogar la pena por la pérdida de su hijo y el asesinato de su esposa, se mantenía con una botella de licor. Sólo así acallaba por momentos la voz de la conciencia que lo golpeaba sin piedad.

            Pese a que logró amasar una considerable fortuna en un año, envidiaba a los mendigos que desde su miseria irradiaban paz. Él ni siquiera podía dormir dos horas consecutivas. Los fantasmas de los setenta y un masacrados rondaban su lecho. Pese a todos no se arrepintió, deseaba verlos con vida para asesinarlos de nuevo. Las ansias de derramar sangre se le terminaron pronto. Los fantasmas no regresaron; meses después, a las doce de la noche, despertó azorado al escuchar el ruido de cadenas arrastradas lentamente por la habitación. Abrió los ojos: lanzó un alarido al verse rodeado por miles de figuras fantasmagóricas y negras, que despedían fuego por los ojos; unos revoloteaban alrededor del lecho, otros arrastraban las cadenas. Julián murió de pánico. Los fantasmas encadenaron su espíritu y lo trasladaron a un mundo en llamas.

Transcurrieron los años. Magnolia se convirtió en una mujer de extraordinaria belleza. Estudió Humanidades. José Damián, Medicina. Los jóvenes se amaban; los padres aceptaron gustosos el noviazgo. Al cumplir veinte años la nombraron señorita Arco Iris. El Presidente invitó a las treinta y seis participantes a un desayuno en palacio. José Damián médico de las candidatas, asistió. Magnolia subió con las últimas señoritas; al alcanzar el tercer peldaño se dobló el pie, cayó sobre el filo del último y perdió el sentido. El joven acudió a socorrerla. El golpe hizo que Magnolia recordara la masacre ocurrida en Palma Blanca, un gritó de terror estremeció a los presentes.

    ¾¡Asesino, apártate de mi vista, no te atrevas a tocarme con tus manos manchadas de sangre inocente!

Dayanara, trató de calmarla, la joven desesperada corrió hasta perderse de vista. Dayanara y Oliverio interrogaron a José Damián sobre la reacción de Magnolia: el joven, entre sollozos, relató la fiesta de su padre con los matones por el múltiple asesinato; la huida de su casa, las penurias vividas hasta llegar a la residencia de Damiana. Contó sobre la Hacienda Palma Blanca, sus amigos, los dos hijos de Santiago y Lorraine, la pequeña que su padre ordenó buscar para asesinarla. Dayanara y Oliverio, después de escuchar el macabro relato, salieron en busca de Magnolia. A las nueve de la noche, la encontraron en un campo situado en las afueras de la ciudad: desgreñada con múltiples picaduras de insectos, el vestido hecho jirones, dormida, con la cabeza reclinada sobre una roca. Oliverio la levantó con ternura y la condujo en brazos hasta el auto.

 

Magnolia permanecía abstraída, se alimentaba poco. Los padres decidieron sacarla del país, llevarla donde el mejor especialista en regresión. José Damián, también se encontraba triste, no sólo por perder a Magnolia, sino por el estigma dejado por su verdadero padre. Las hermanas acordaron viajar en diferentes vuelos. Ambas pidieron cita donde el más afamado psiquiatra de la nación.

Dos días más tarde, el doctor Beilard hipnotizó a Magnolia. Oliverio hizo entrar a José Damián cuando ella dormía. La joven recordó la hacienda, el sauce llorón, la masacre, las penalidades padecidas, hasta divisar un hermoso arco iris: Guiada por las luces y el aroma de las flores, entró a la ciudad. A los pocos meses fue adoptada por una mujer que hoy considera su verdadera madre. Magnolia despertó, en ese instante, abrazó a Dayanara y exclamó:   

    ¾¡Te amo, mamá!

Dayanara salio con Magnolia de la habitación. Seguidamente hipnotizaron al joven. Magnolia fue conducida a la habitación donde se llegaba a cabo la regresión de José Damián. El joven contó el motivo de su huida. Olvidó  el pasado y empezó una vida feliz al lado de José y Damiana, quienes le brindaron verdadero amor.

El psiquiatra aconsejó llevar a los jóvenes a Gardanesia. Esa misma noche abordaron el avión. A primera hora, se dirigieron a los círculos de las Notarías. Efectivamente, en la Notaría Tercera, con el nombre de María Lorraine Balseiro Travejo, veinte años y dos meses atrás, aparecía registrada una niña, hija de Santiago Balseiro y Lorraine Travejo.

Oliverio pidió a las autoridades allanar la hacienda. Encontraron a Neusiel y los matones procesando droga. Fueron apresados, condenados a cadena perpetua. El juez hizo entrega a María Lorraine de las propiedades, cuentas bancarias en el país y en el extranjero.

 

    ¾Ya no soy María Loraine -respondió,- soy Magnolia, hija de Oliverio y Dayanara. Necesito visitar la hacienda para indicarles el sitio donde fueron sepultados mis padres, mis hermanos y las sesenta y siete personas restantes. Además, deseo encontrar un tesoro escondido.

Los presentes, se abstuvieron de hacer comentarios. Al llegar a la hacienda, Magnolia entró a la cavidad del sauce llorón, donde encontró intacta a "Rosita Linda" su muñeca de trapo. La abrazó y dijo:

    ¾Rosita linda, me hiciste mucha falta.

Donó las tierras y el dinero a los desprotegidos de la ciudad, con la condición de que frente a la laguna artificial rodeada de acacias, que sombreaban las cristalinas aguas con las ramas florecidas, erigieran un mausoleo para darles digna sepultura a los restos de los setenta y un asesinados.

Magnolia abrazó y besó a sus padres; luego se dirigió al joven y exclamó:

    ¾¡José Damián, te amo, seré tuya por siempre! ¡Mamá, papá, desde el momento  que volví a la vida los he amado! ¡Ahora, los amo más! ¡Gracias por ser unos padres maravillosos!

 

 

 

 

 

 

CARGA DE SUEÑOS

 

Pedrito, de escasos ocho años, mayor entre cinco hermanos, vivía con sus padres en una parcela distante de la ciudad. Al pequeño le tocaba trabajar como adulto, se levantaba a las cuadro de la madrugada a ordeñar cinco vacas de su padrino Juan, él le dejaba la leche a cambio de apastarlas y cuidarlas.

   

Pedro, demasiado pobre, contaba con dos animales de carga, un cerdo y unas cuantas gallinas. Vivían del cultivo, pese a no ser abundante les alcanzaba para venderlo semanalmente en el mercado, elaboraban dos quesos pequeños con la leche que no consumían durante tres días en la semana. Con el dinero recibido de la venta, compraban los productos para remediar las necesidades más urgentes del hogar.

   

Una madrugada, Pedrito esperó en vano a su padre; al ver que no aparecía fue al camastro donde dormía, lo encontró ardiendo en fiebre. Desconcertado salió en busca de su madre; Fidelina dormía, el niño la llamó, contó el estado en que se encontraba. Angustiada, sólo se le ocurrió decir:

¾Hijo, no tenemos siquiera un poco de sal, no sé que hacer, no puedo dejar a tu papá en ese estado. Hoy es día de mercado, necesitamos vender la producción para comprar lo indispensable.

            La angustiada señora empezó a sollozar. Pedrito dijo:

¾No te preocupes mamá, llevaré la carga a la plaza de mercado, conozco la ruta, sé defenderme, además, nadie me engaña.

No dijo más, ensilló el asno, lo cargó y salió rumbo a la ciudad. El pequeño, pese a no ir a la escuela, aprendió a leer, escribir, sumar y restar. Vendió la carga, compró lo pedido por su madre, al regresar, encontró al padre un poco mejor, Fidelina se había trasladado al centro de salud de la población vecina, permanecieron tres horas, después de uno exhaustivos exámenes de laboratorio; le diagnosticaron tifoidea y paludismo, lo incapacitaron por sesenta días.

 

A Pedrito le tocó por fuerza encargarse de las faenas, terminaba extenuado, se dormía sin cenar. Así empezó el pequeño a soñar con un padre rico, dueño y señor de un auto último modelo. Él y sus hermanitos estudiaban en una buena escuela, jugaban con sus amigos, y no tenían necesidad de trabajar. Por las tardes nadaban en la piscina de un hermoso parque que constaba de columpios, toboganes, canchas de tenis y pista de patinaje. Soñaba toda la noche con la nueva vida que su padre les daría, al despertar veía la triste realidad; recordaba que sólo había sido una carga de sueños, se levantaba decepcionado al comparar la pobreza extrema de su hogar con las riquezas de los niños de la ciudad, lloraba en silencio y se preguntaba.

¾¿Por qué seremos tan pobres? No vamos siquiera a la escuela del caserío, mi vida se limita a trabajar como un animal de carga, mis hermanos no tienen un balón, mis hermanitas siquiera una muñeca, pero eso no lo dejaré así, no podemos continuar con esa vida de miseria, algún día todo cambiará para bien.

Pedrito soñaba dormido y despierto, se alimentaba poco, no necesitaba más, con su carga de sueños se sentía satisfecho, lo acompañaba la esperanza de que pronto lo haría realidad.

 

La siguiente semana salió casi de madrugada a vender la producción, la vía que conducía directo a la plaza de mercado se encontraba cerrada. Preocupado preguntó a un transeúnte por donde debía desviarse, el señor le indicó otra ruta, el niño agradeció y continuó su camino. Se le hizo realidad uno de sus sueños: frente a sus ojos se encontraba el parque soñado, el automóvil último modelo. Amarró el asno en un árbol, entró a la piscina, nadó un buen lapso. Horas más tarde recordó el encargó de su madre, para su buena suerte todavía se encontraba abierta la plaza de mercado, regresó a la parcela entrada la noche, pese a realizar en parte su sueño, no se sentía satisfecho, se veía ausente y triste; los padres pensaron que se encontraba  agotado por la dura faena que le tocaba desempeñar; no les pasó por la mente la carga de sueños del niño que le pesaba más que las duras faenas del campo. Pedrito se preguntaba:

¾¿Por qué mis padres serán conformistas, no quieren remediar la pobreza absoluta? ¿No tendrán intención ni deseo de mejorar nuestras vidas? ¿Por qué los niños de la ciudad juegan en el parque, no trabajan, no les hace falta nada? Algo malo debe haberles sucedido. Sin que ellos se enteren los ayudaré a salir de esta pobreza. Seré un profesional, mis hermanos jugarán igual a los niños ricos, mis hermanas tendrán muñecas, fiestas de cumpleaños, se convertirán en unas señoritas educadas, lucirán bellos vestidos y zapatos con tacones altos.

    Pedrito no dormía, sólo pensaba en lo que tendría que hacer para cambiarlo todo. La tercera semana le tocó llevar la carga al mercado, el sueño lo venció. El asno caminó sin rumbo. El niño cayó sobre el pavimento, recibió un fuerte golpe en la cabeza y quedó inconsciente. Una distinguida señora pasaba en ese momento, lo llevó en su auto al hospital, se hizo cargo de los gastos. Dos días después recobró el conocimiento, lloró sin consuelo, se abrazó a la señora, ella no se había desprendido un minuto de él, Pedrito se calmó, contó a la buena señora su historia. Ella no imaginó que un niño a tan corta edad tuviese que trabajar como un adulto, ya que, además de inhumano, la ley prohibía el trabajo a los menores. La señora preguntó:

¾¿Cómo te llamas hijo, cuántos hermanitos tienes?

¾Mi nombre es Pedro, así se llama mi papá, a mi me dicen Pedrito.

La señora no pudo más y se echó a llorar con amargura, al serenarse dijo a Pedrito:

¾Hijo, debes volver con tus padres.

El niño, tembloroso respondió:

¾No puedo, se me perdió el asno con la carga, ¿qué puedo decir cuándo llegue? Mi padre permanece incapacitado, no hay quien ejecute las labores del campo.

¾No te preocupes hijo, yo te llevo, hablo a tus padres con respecto a lo sucedido, y puedo remediarle la situación.

El niño le tocó permanecer otro día en el hospital, la señora se quedó a su lado, Pedrito le seguía contando, ella continuaba llorando, Pedrito extrañado pensaba. ¿Por qué llorará, será por la desigualdad existente? ¿Será por qué mientras unos tienen todo, otros carecemos de lo indispensable? Se quedó dormido, soñó que venía a la ciudad a vender la carga, al llegar al mercado no llevaba productos agrícolas, sino lingotes de oro, se volvió raudo a su pobre hogar, entregó todo a su padre, el campesino no salía del asombro.

¾Papá, papá, iremos al colegio, tendremos juguetes, seremos igual a otros niños, ellos no trabajan y tienen todo.

El padre iracundo respondía:

¾Pedrito, ahora me dirás de donde sacaste ese oro, somos pobres, pero no ladrones.

El niño bajó la cabeza y respondió:

¾¿Papá, acaso no tienes aspiraciones, no quieres qué tus hijos estudiemos, sólo quieres que continuemos cómo burros de carga? Reacciona, no soy ladrón, nunca lo seré, Dios nos dio esa fortuna ¿por qué despreciarla? No seas conformista, vamos a salir de esta pobreza, nos trasladamos a la ciudad, abres un negocio. Nosotros estudiamos, le das a mamá el lugar que le corresponde.

Pedrito despertó llorando:

¾¡Papá, no soy ladrón!

La benefactora esperó hasta verlo tranquilo, luego preguntó:

¾¿Qué te sucede hijo?

¾Buena señora, no me sucede nada, sólo soñaba.

¾¿Me puedes referir tú sueño?

Lo contó sin omitir palabra, la señora, impresionado, dijo:

¾Pequeño, llévame a tú casa, quiero conocer a tú familia.

Pedrito le indicó el camino, al llegar a la parcela los padres vieron al niño con una venda en la cabeza, se pusieron nerviosos, la buena mujer se bajó del carro, se sorprendió al ver a Pedro. Quedó demudada, no podía pronunciar sílaba, Pedro sorprendido exclamó:

¾¡Adelaida, hermanita!

Se abrazaron, lloraron, luego de serenarse. Adelaida contó que se casó con un extranjero, se fueron al país de él, no tuvieron familia, cinco años duró la felicidad, Michael murió y le dejó toda su fortuna.

¾Hoy me siento sola y arrepentida por no buscarte, a sabiendas de tus necesidades. Perdóname hermano. Vivo en una mansión, necesito llevarlos conmigo, manejarás mi gran fortuna, tú esposa será mi hermana, mis sobrinos, mis hijos.

Adelaida lloraba de remordimiento, Pedro era su único hermano. Ella, de condición humilde fue elevada a la máxima categoría por un extranjero que la enseñó a ser una dama glamurosa, le dio estudios y le dejó una fortuna. Mientras, no se acordó de la existencia de su único hermano, un pobre campesino. El destino le jugó una buena pasada a esa mujer que se había convertido en dama aristocrática. Al ver a su familia tan pobre, recordó cuando era una campesina analfabeta y se encontró con ese señor que le dio trabajo de doméstica, se enamoró de ella y luego se casaron.

Así fue como se convirtió en realidad la carga de sueños de un pequeño campesino que trabaja a la par de un adulto. El niño soñaba con ser un gran profesional, gracias a su tenacidad y deseo de ser alguien, su sueño se convirtió en realidad.

 

 

 

        Foto: Elvia Chadid

Elvia Chadid Jattin: La fertilidad de la imaginación

José Luis Hereyra Collante 

 
Uno de los más grandes talentos creadores del arte y la literatura de Sucre ha sido, es y será por siempre Elvia Chadid de Feris. Su imaginación de prodigio y su ilimitado y deslumbrante despliegue de vida y energía la hacen –lejos– la más importante mujer de las letras y el arte en toda la historia de nuestra región. Además, nadie ha abarcado tantos campos del saber y de la creación, y los ha conjugado en una obra coherente y con un sello de autenticidad tan personal e inconfundible como lo ha hecho ella en su labor de escritora, poeta, declamadora, compositora y cantautora.

 


    En Literatura, por ejemplo, ha manejado géneros tan duros, profundos y disímiles como la poesía, la epístola, la sátira socio-política (obras en su mayoría publicadas), y mantiene una profusa y fértil correspondencia literaria con instituciones culturales de España, Cuba y otros países, donde es altamente apreciada en su ser y en su obra, una demostración más de la miopía e ignorancia de esta sociedad “vacuna y pastoril” y del desgreño de gobernantes y dirigentes, muchos de ellos iletrados e indiferentes a sus más caros valores culturales y espirituales.
Elvia Chadid de Feris, asimismo, complementa su poesía con un sentido y estremecedor dominio de la declamación, temblor lírico que la hace deslizarse en su elemento natural hacia la Música, cuya labor excelsa de compositora y cantautora nos ha legado –en colaboración con su hermano, el siempre extrañado Fortunato– nuestro Himno de Sucre, es decir, nuestra esencia de pueblo, sueños y esperanzas aunados en un vehículo sagrado de amor y arte. Y, como guarda una universalidad mítico-raizal en su genética semita que ha atravesado todas las tierras del mundo, conjuga los susurros fantásticos de la inmortal Scherezada de sueños de almenares, castillos y genios, con la sangre del toro criollo que brama entre los estertores del sol sabanero y la música de bandas que rasga el aire de tres de la tarde, como en su porro “tapao”, premiado por Colcultura, “Soy sabanero”.
Elvia Chadid de Feris ha publicado:”De lo profundo a lo alto” (poesía), “Hola, camarada” (epístolas), “Colombia herida” (poesía) y “Colombia, estás en la olla” (sátira política). Tiene aún inéditas las obras de narrativa y poesía: “Érase una vez más otra vez”, “De poeta es mi alma” y “Buscando en la nada”.
También –y ese es el motivo literario y humano de este homenaje sincero– ha producido una importante obra novelística. Sí, tal como lo oyen: novelística; un “corpus” de cuatro novelas que se adentra también, con propiedad, en la “novela de ciencia-ficción” o “sci-fi novel”, ya que una de las labores con la cual la acompaño, además de la revisión de sus prodigiosos textos, es la traducción de estas nuevas novelas a la lengua natural de la ciencia-ficción: la lengua inglesa. Tengo una fe inquebrantable, una especie de intuición superior o revelación iniciática, en que estas obras pueden llegar muy lejos a nivel mundial –como obras literarias o guiones cinematográficos– ya que cargan una mezcla inefable de pureza, casi ingenuidad, a la manera del Jardín del Edén, y una convicción del eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, y el triunfo final del corazón humano sobre éste último, todas las acciones cumplidas en el escenario del universo cósmico, con lo cual la autora cumple, en la escritura de su obra, aquel refrán español: “La imaginación hace cuerpo de lo que es visión”.
Y, curiosamente, subyace en esta literatura un gran humor, a veces humor negro, que produce una deliciosa sensación de bienestar, de sorna, de fina ironía inteligente, a la manera de Enmanuel Kant al decirnos: “La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación”. Componen esta tetralogía novelística las obras: “Circulo de fuego”, monumental saga (por supuesto, de varias generaciones de una familia) de más de cuatrocientas páginas; y las novelas de ciencia-ficción “El país de las múltiples maravillas”, “Secuestro intergaláctico” y “Cerco satánico”. En estas novelas los solos nombres –inventados todos por la autora– suman ¡más de doscientos! Otro motivo pantagruélico y asombroso de esta fiesta de la imaginación, que nos hace recordar la profunda reflexión de Albert Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Es posible. Pero, también, “La imaginación es la trascendencia última del conocimiento humano hacia un porvenir superior”, pienso yo.
5 de julio de 2011

  

José Luis Hereyra Collante
Escritor colombiano
 
 
Coordinador Nacional de Bilingüismo
Inglés para todos los colombianos
Dirección General Calle 57 N° 8-69 Torre Norte - Piso 6° Bogotá D.C.
jhereyra@sena.edu.co IP 13048 Cel. 313-708 2657
SENA: CONOCIMIENTO PARA TODOS LOS COLOMBIANOS
 

 

 

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