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GÜNTER GRASS
LA FOTO QUE FALTA EN EL ALBUM DE LA FAMILIA
Por Jaime de la Gracia*
Vivir en Berlín también tiene sus ventajas, sobre todo para un escritor y, una de ellas es la posibilidad de enriquecer sus contactos en el esquivo y mezquino mundo humano de la literatura. En mi caso debo reconocerlo, he dejado de hacerlo casi siempre por razones ajenas a la literatura pero propias de lo cotidiano, energías que propicia el medio ambiente. He faltado a las citas, o mejor no he estado en las mismas y las hay de todos los matices, desde esas en las que no haber estado es un alivio hasta esas otras que se desean y que duelen no haberse concretado. También están las que dan lo mismo estar o no estar. Entre las que duelen puedo citar la inconcreta con mi amigo poeta Armando Romero, /siempre la ciudad, imponiendo su disciplinado ritmo al tiempo/ otra más reciente fue con mi querido Eduardo García Aguilar, es increíble que la canciller Angela Merkel haya encontrado tiempo para reunirse con mi amigo y tomarse un café juntos, mientras nosotros no pudimos hacerlo ni siquiera para la foto, lo cual llevó a Eduardo a dejar en mi contestadora un mensaje radical.-Es más fácil encontrarse con García Márquez que con Jaime de la Gracia. Retorna esa luz brillante, profunda y beatifica del otoño que hace tanto bien al alma, el viento es muchacha en bicicleta. Sobre el sombrero de Günter Grass ahora llueve de todo, su persona se ve como la gabardina de un Clochard. ¿por qué ese silencio? ¿cómo se beneficia una persona del tiempo? tiempo para el silencio, tiempo para el atisbo, tiempo al tiempo. El tiempo como Chamán que se asoma a la enfermedad que no se cura con tiempo, una generación, dos generaciones, una nación que no cicatriza su pasado reciente, la infamia llagada supurando remordimientos, miedos, la vergüenza de llevar a cuestas la historia de un fardo sangriento, hemos perdido la inocencia y encontramos el muro. Vivir en Berlín tiene sus ventajas. Una amiga suiza que también es amiga de Günter Grass, tuvo la ocurrencia de concertar un encuentro entre Günter Grass y Jaime de la Gracia, ella me preguntó si tenía interés en conocerlo, yo manifesté mi poco fetichismo:-me da igual- respondí, en todo caso ella habló de comida, de vino, de salsas, la sabrosura que se necesita para atrapar al pájaro en lo social, vi su entusiasmo, me habló de las ventajas del encuentro, yo la dejaba hablar y gozaba de su entusiasmo, pero de verdad no podía repetirle que me daba igual.- No me vas a hacer quedar mal- me recordó, que ya me dejaste ensartada con la vez que te invité a cenar con Magnus Enzensberger. No estuve en esa ocasión, no estuve, se me olvidó que tenía esa cita. He visto como a Günter Grass le dan palo y garrote, he visto la moral / esa mezcla de Toro y Burro / asomar sus mil rostros, todos tiramos la piedra, muchos se regocijan con el mal ajeno /los mezquinos/ muchos se alegran de la desgracia del otro / los pobres de espíritu/ pero a todos les asiste la razón y nadie da razón. Solo cuando nos escuchamos a nosotros mismos y nos sorprendemos pronunciando una palabra secreta que pertenece a la lengua del país donde vivimos, sólo entonces, después de escuchar ese mágico sonido podemos decir que estamos dentro de esa nación a la cual ya no le somos extraños que hacemos parte de la tribu, que una porción de ese universo nos pertenece, es ese hoy el nivel de mi relación con Alemania. Aquí en esta nación por lo general en el álbum de muchas familias falta siempre una foto. La foto en blanco y negro, la foto vergonzante, la foto de la cual todos saben de su existencia y que se mira en el excluyente entorno de la familia, la foto que no debe ser vista por extraños para evitar el estigma de ser o de parecer ser, de nuevo ese sentimiento de la inocencia desgarrada, esa herida que vuelve en forma de potasio o de nitrato de plata. Esa foto tarda en aparecer y ser mostrada al que llega, al que se integra, pero un día, muchos días, cuando la familia ya es tu familia, cuando el tiempo transcurrido es el tiempo necesario para mostrar las cicatrices y esperar la condena, el rechazo, viene la foto del espanto, casi siempre la foto se guarda en una cajita polvorienta / antiguo empaque de chocolate/ casi siempre después de la hora del té / que son minutos /viene la foto y se muestra sobre la mesa, la foto de un tío, de dos tíos, del hermano empaquetado en el uniforme del ejército nazi, casi siempre sonrientes para la cámara, casi siempre uno de ellos luce la calavera de las SS. El aire se congela y se palpa su viscosidad en los dedos, el silencio pesa colgado de las paredes y del techo, la familia no respira, solo los niños juegan en la mesa indiferentes, los adultos te miran aterrados, aguardan tu implacable condena, tu rechazo a hacer parte de esa vergonzante familia. Günter Grass es esa foto que falta en el álbum de la familia y que ahora empolvada, como máscara de teatro se muestra al juicio, a la crítica, a los incrédulos, a los que tienden emboscadas, a los que aguardan en los caminos ciegos y Günter Grass ha recibido su merecido, se lo ha ganado a pulso.
Berlín. 11/2006 |